jueves, 21 de marzo de 2013

Ponencia: "Preguntas en Torno al problema de la prostitución" Expositora: Dra. María Luisa Femenías



Campaña Abolicionista Nacional – CINIG - Casa de la Mujer Azucena Villaflor 
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación 
6 y 7 de diciembre de 2012 







María Luisa Femenías 
Directora del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género 
FHACE-UNLP 


Preguntas en torno al tema de la prostitución 


En ocasión de Primer Congreso Feminista Internacional de Argentina (Buenos Aires, 1910),1
 Julieta Lanteri leyó una comunicación que abordaba precisamente el tema de la prostitución. Además de ese trabajo, se presentó ante la Comisión Organizadora del Congreso, y en nombre de la Asociación Argentina contra la «Trata de Blancas» (nombre con el que en esa época se referían a la trata de personas con fines de explotación sexual), un documento solicitando apoyo a la “obra empeñada a favor de la mujer en particular y de la humanidad en general” (Actas: 319). Con un discurso centrado en el convencimiento de que la educación en los ideales de la razón, el dominio de los instintos, la voluntad de aprender y el cultivo desde la infancia de los “nobles sentimientos” en varones y mujeres, Lanteri instó a los gobiernos en general y al Congreso en especial a comprometerse con el porvenir de las mujeres para “sacarla[s] del extravío del que no son responsables, sino del que son víctimas por [la] falta de previsión y de amor que muestran las leyes y las costumbres creadas por la preponderancia del pensamiento masculino en la orientación de los destinos de los pueblos.” <porque> “/…/ si este mal existe es porque los gobiernos no se preocupan de extirparlo y puede decirse que [lo] explotan desde que lo reglamentan y sacan impuestos de él. Hago pues moción para que el Congreso formule un voto de protesta contra la tolerancia de los gobiernos al sostener y explotar la prostitución femenina, que es para la mujer moderna su mayor dolor y su mayor vergüenza.”  Así, a propuesta de Lanteri, el Primer Congreso Feminista Internacional de Argentina votó afirmativamente su moción contra “esa ignominia” (319). En el mismo acto, se reconoció la necesidad de dictar leyes contra el lenocinio (art. 1), de brindar educación adecuada a las mujeres para que pudieran desempeñar otro tipo de actividades para vivir (art. 2), de crear asilos y lugares de amparo para las mujeres (art. 3) y de derogar las ordenanzas que autorizaban a las menores de edad a “inscribirse en el Departamento de Salubridad” (ar. 4).


*** 

Transcurridos más de cien años ¿cuál es la situación en general en la que nos encontramos? Vale la pregunta porque complejidad actual de las cuestiones vinculadas a la prostitución exigen desarrollar nuevos argumentos y estrategias de análisis. La perspectiva de género que adoptamos habitualmente en el análisis de los problemas sociales no significa que deseemos poner a las mujeres como objeto de observación y de estudio, menos aún como responsables primarias del actual estado de cosas, sino, como subraya Ana Rubio Castro, hacer visibles y explicar el carácter y el significado de las relaciones entre los sexos, así como los roles culturales y las funciones sociales asignadas a cada uno de ellos.2
En primer término, al menos en nuestro país, tenemos “las leyes” que solicitaba Lanteri hace más de cien años. Independientemente de la “calidad” de las leyes, la estrategia legal no es suficiente. Es preciso, como mínimo, modificar conductas y estereotipos, revisar y proponer cambios económicos, revisar criterios y viejos análisis del tema. Sin embargo, parece haber acuerdo entre lxs expertxs –al menos europeas y estadounidenses- en que un mayor conocimiento del fenómeno de la prostitución no se está transformando en una mayor toma de conciencia activa en contra de ella. Por un lado, algunas estudiosas -como Nuria Varela- advierten sobre ciertas señales de “fatiga social” de la sociedad toda en general y de las activitas en particular para enfrentar el problema de la re-naturalización de la prostitución y/o la saturación de información (trivializada) vinculada a redes de captación y de trata. Esto generaría una suerte de acostumbramiento, de insensibilidad o de anestesia social ante una situación que (¿como nunca?) adquiere proporciones internacionales.3
Se impone así, una tendencia al ocultamiento, el disimulo y la inacción. 
  Por otro lado, puesta en crisis de la moral victoriana (como la denomina Foucault) que la condenaba como “una ignominia” o “un lenocinio”, por mencionar las palabras con que la identifica Lanteri (supra), en las últimas décadas se han producido o resignificado un conjunto de teorías que obligan a replantean el lugar de la prostitución. 
En efecto, en conjunto, se ubican en una posición legalista y entienden la prostitución como un “trabajo”. Reemplazan así la palabra “prostituta” (o simplemente “puta”), que es descalificatoria, por “trabajadora sexual” o “trabajadora del sexo” y al mismo tiempo 
habilitan al colectivo a hablar en voz propia.4
 Incluso, parte del argumento es que bajo un orden patriarcal como el presente cualquier mujer puede ser llamada “puta”, ser pasible de “esclavitud sexual” o víctima del “tráfico de mujeres”. Este cambio en el vocabulario y, consecuentemente en la conceptualización de la problemática, rompe con la mirada tradicional -monolítica y estereotipada- que la regía y analizaba, poniendo el acento en la “victimización” de las prostitutas como incapaces morales e intelectuales.5 
Profundizando en esta línea, directa o indirectamente, se adopta la noción de “libre consentimiento” o de “libre elección” para reforzar la homologación sin más de la prostitución con un trabajo (o profesión) basado en la “libre administración del capital erótico”6 y de la  “autodeterminación sexual”.7
Por su parte, la Declaración de las Naciones Unidas sobre la erradicación de todo tipo de violencia contra las mujeres (1993) inscribe la prostitución y la trata de personas como formas de violencia. Sin pretender realizar una enumeración exhaustiva, el Art. 2° de dicha Declaración delimita actos que constituyen específicamente violencia contra las mujeres. En ese marco, en el inciso 2.b condena: “La violencia física, sexual y psicológica perpetuada dentro de la comunidad en general, inclusive la violación, el abuso sexual, el acoso y la intimidación sexuales en el trabajo, en instituciones educacionales y en otros lugares, la trata 
de mujeres y la prostitución forzada.” Llamo la atención sobre la afirmación de “prostitución forzada”: ¿Implica esto que la Declaración de las Naciones Unidas, por omisión, acepta como válida la prostitución como un producto basado en los argumentos de la “libre elección” de las 
mujeres o alguna otra teoría similar? Entonces, ¿Qué significa en estos casos “libre 

*** 
 Tradicionalmente, se ha entendido la prostitución como una institución social no deseable, pero necesaria para canalizar “la irrefrenable potencia sexual de los varones”. 
Esto paradójicamente estableció una estrecha relación entre matrimonio y prostitución; mientras que el matrimonio representa el espacio definido como “correcto” para el ejercicio de relaciones sexuales entre mujeres y varones, la prostitución, por el contrario, es vista como el espacio “no deseable, pero necesario” para encauzar las necesidades específicas de la sexualidad masculina, no canalizables dentro del matrimonio.9
 Con esta descripción presente, y antes de continuar con la argumentación, sintetizo a continuación los rasgos fundamentales de los distintos modelos teóricos que históricamente se han implementado para analizar en general el tema de la prostitución. 
Sigo a grandes rasgos el esquema de la jurista española Ana Rubio Castro.10
 1- Prohibicionismo: este modelo no diferencia el sujeto activo del pasivo de la prostitución. No se repara en la pobreza, la marginalidad, la ausencia de derechos, la desigualdad de poder, etc., en la que se encuentran muchas mujeres prostitutas cuyas circunstancias no son consideradas relevantes. 
 2- Pro-legalización: como posición opuesta, sostiene que visibilizar la prostitución y legalizarla es la mejor manera de luchar contra la violencia, la marginalidad y la falta de protección de los derechos humanos de las mujeres prostitutas. Se acabaría de ese modo con la clandestinidad y la estigmatización. La legalización obligaría a “pagar impuestos” y acabaría con el mercado de ganancias “en negro”. 
 3- Reglamentarismo: (de aplicación sobre todo en el siglo XIX), supone en la práctica aceptar la prostitución y abrir la vía hacia su legalización centrándose en el control sanitario, espacial o administrativo de los establecimientos “habilitados” a los fines del ejercicio de la prostitución. Se responde así a la presión ciudadana contra la prostitución de calle. A diferencia del modelo anterior, no se fundamenta en la libertad individual o en el derecho a trabajar, sino en razones de salud pública, de orden 


 4- Abolicionismo: tiene como objetivo erradicar la prostitución. Comparte con el prohibicionismo su valoración negativa de la prostitución. Pero valora diferenciadamente la responsabilidad de la mujer prostituta y del proxeneta. Por eso no propugna la sanción de quien ejerce la prostitución, sino que ilegaliza y sanciona el proxenetismo y, en muchos casos, condena al “cliente” considerado un “prostituyente” o copartícipe necesario de la situación de prostitución. Se suele criticar al abolicionismo desde el punto de mira del empresariado del sexo, las asociaciones de prostitutas y desde ciertos sectores del feminismo que sitúan los derechos individuales por sobre las condiciones de elección y ejercicio de esos mismos derechos. 

Si el esquema que acabo de sintetizar responde a una lectura tradicional del problema, forman parte del marco actual de debate y de las posibles respuestas a las preguntas del apartado anterior, los cambios tecnológicos y la mundialización de la economía. Es decir que, en la medida en que las sociedades occidentales comenzaron a romper con la moral sexual victoriana, que la “píldora” permitió separar la sexualidad del embarazo y la procreación, y que se fueron desarrollando proyectos sociales más igualitarios, se comenzó a considerar injustificado el argumento de la “necesidad” de la prostitución y se lo tachó de políticamente incorrecto. A grandes rasgos, los sesenta vieron –a nivel occidental- una marcada baja de las prácticas de prostitución, situación que se ha revertido aceleradamente en las últimas décadas. 
 En efecto, si bien la prostitución nunca desapareció del imaginario social colectivo -que se identifica como “patriarcal”- y remite a lo que Ana de Miguel denominó la “ideología de la prostitución” -tolerada en una variedad de situaciones-, las cifras actuales tanto de prostitución cuanto de trata y de tráfico de personas con fines de explotación sexual han adquirido dimensiones también “globalizadas”.11
 Ciertamente, el marco general de la globalización ha modificado las prácticas de la prostitución y las formas de captación y trata de personas para fines de explotación sexual. Las razones morales y religiosas que en el pasado avalaron los planteamientos prohibicionistas y reglamentistas hoy son poco insostenibles en una sociedad laica que, como la nuestra, propugna y defiende la libertad de conciencia y la separación de la Iglesia y el Estado. En estos términos, el Derecho sólo puede dar cabida ciertos principios morales que se consideren esenciales para el logro de un orden social justo. Esto implica que su protección y respeto incumbe a todos por igual, ya sean mujeres, varones o trans, jóvenes o viejos, de un partido político o de otro, no existiendo excepciones basadas en la especificidad de la sexualidad masculina. Se trata de ideales morales que son imprescindibles para conformar una sociedad democrática que respete los Derechos Humanos, tal como están establecidos en la Constitución, para todxs y cada unx de sus miembrxs. 
 Por eso, uno de los desafíos de nuestra época es no aceptar el planteo del tema de la prostitución tal como la sociedad patriarcal nos lo está presentando: Ni debemos abandonar a las mujeres en situación de prostitución -para que puedan salir de ella si así lo desean- ni debemos negarles la palabra; pero tampoco podemos considerar que la prostitución es un trabajo sin más, analogable a cualquier otro regido por las mismas normas de consumo y explotación. Entonces, ¿Qué posición podemos adoptar para fundamentar el modelo abolicionista, tal como hoy se lo necesita? 

*** 

 Que la liberación sexual de los sesenta no se haya consolidado en una baja sostenida en el tiempo de la prostitución permite, al menos, realizar algunas conjeturas: la prostitución no es la manifestación del amor, ni nunca lo fue (salvo en Pretty Woman); no es una cuestión de “satisfacción del deseo” masculino, que puede alcanzarse con una pareja estable, inestable o consensuada sin pago; no es la consecuencia de la represión sexual victoriana de las mujeres, que en su frigidez limitan la sexualidad masculina … 
La pregunta es ¿por qué la mayoría de los varones necesita aún de la prostitución? (Y la formulo en estos términos porque claramente se trata de una actividad fuertemente feminizada). Desde luego es curioso que la desvalorización extrema que tradicionalmente ha 
recaído sobre las prostitutas, nunca haya recaído con la misma intensidad sobre los clientes, que siempre han logrado mantenerse al margen, e inmunes, a la valoración moral y social de la prostitución. (De ahí haya quienes defienden el término “prostituidor” y no “cliente” para la relación que se establece con quien está en situación de prostitución). Una respuesta posible es que el orden patriarcal los encubre.12 Si esto es así, es 
fundamental que tengamos en cuenta que el sexismo anclado en ese orden ideológico desemboca necesariamente en la naturalización de la prostitución, invisibilizando que se trata de un constructo multidimensional que no puede ser abordado desde un solo y único punto de mira, convenientemente centra en la moral de la prostituta. 
 Esto me permite generar una hipótesis: si la prostitución no es una cuestión vinculada al “exceso de la irrefrenable potencia sexual de los varones” y tampoco es una cuestión de deseo o de placer sexual, entonces es fundamentalmente una cuestión de ejercicio de poder sobre las mujeres en situación de prostitución, en particular, y por extensión sobre todas las mujeres, en general, en tanto potencialmente “prostituíbles”. 
Ahora bien, la vulnerabilidad de las mujeres como potencialmente “prostituíbles” (o de quienquiera que esté en posición mujer) promueve, por un lado, una disfunción básica y estructural en las creencias y las normativas de la sociedad de modo tal que el interés general masculino hegemónico justifica la prostitución en términos de “sus necesidades”, “sus deseos” y “sus placeres”. Sólo tardíamente resignifica los argumentos de promoción del derecho de la libre elección de las mujeres para convertir toda la situación estructural en “políticamente correcta”. 
 Este cambio de fundamentación de la prostitución en base a los argumentos de la libertad individual y de la “libre empresa”, produce un giro que va de la histórica valoración negativa (fundamentalmente moral y médica) de la prostitución a su valoración en términos de compra de servicios sexuales, basados en la libre expresión de los deseos, la búsqueda del placer sexual, o simplemente, en términos de una actividad más vinculada al ocio, como lo es el turismo sexual. Incluso, se la justifica sobre la base del derecho a la experimentación humana de las posibilidades y límites del placer y del deseo. De ese modo, ese conjunto de argumentos logra establecer una potente coherencia entre la prostitución y los ideales de una sociedad [pseudo]democrática. 
 Pero algo falla: en principio, la reciprocidad y la simetría de obligaciones, derechos y placeres que los y las “iguales” deberían tener en una sociedad democrática. 
En el marco de la ideología de la prostitución, la libre expresión del deseo, del placer y su satisfacción, compete a los varones clientes o prostituyentes, lo que sesga el supuesto pacto igualitario en que se basan esos servicios. Es decir, las condiciones de inicio del “pacto de prostitución” están sesgadas estructuralmente por el poder patriarcal en múltiples y complejos niveles. Por tanto, la prostitución se ve atravesada también por cuestiones de clase, por lo que, a los argumentos neoliberales del cuentapropismo sexual, en términos de venta voluntaria de servicios, le caben en principio todas las críticas afines a cualquier otra explotación y “racionalización” capitalista o neoliberal de servicios; más el plus agregado propio de la actividad, a lo que hacíamos referencia supra.13

 Por eso, uno de los problemas más importantes que se sigue de la instalación de los argumentos de la “libertad de elección” en defensa de la prostitución es que no distinguen entre condiciones históricas, estructurales y habituales de venta y compra de servicios sexuales. En las últimas décadas, la hegemonía política del neoliberalismo fomenta unas relaciones de poder-patriarcal muy peculiares, a la vez que favorece la adopción de ciertos discursos elaborados sobre la base del derecho a la propia elección, tomado de otros contextos de modo tan eficaz como imprevisto. Tal el caso de los sorprendentes análisis de la filósofa Martha Nussbaum.14
 Sin embargo, este discurso de “los derechos” paradojalmente se ha expandido entre las mujeres en situación de prostitución, quienes ensayan alternativas para resignificar sus vidas, mediante diversos mecanismos pragmáticos de empoderamiendo. 
Como creo que se trata de una consecuencia positiva que debemos explicar y entender en términos feministas, brevemente retomo un análisis que sobre el tema del insulto realicé hace años.15 Parto, entonces, de la inscripción discursiva de la mujer en situación de prostitución en términos de “puta”. Ahí, lxs sujetxs prostituidos se inscriben en el espesor del lenguaje como sujetxs-sujetadxs, para “cumplir con un libreto” que les viene prescripto desde las estructuras del poder, al punto de convertirlo en “normal”: la prostitución –ya se sabe- es un “mal necesario”, justificado tanto por el hombre común como por Georges Bataille, por poner sólo un ejemplo.16
Ese sitio-normal-puta que la ideología patriarcal de la prostitución ha naturalizando, abre el camino a su resignificación La violencia del poder-patriarcal que genera exclusión a partir de la palabra violenta: el insulto “puta”. Sin embargo, metalépticamente, esto permite marcar un límite y habilitar una transgresión. Si bien, como advierte Butler, insultar es una de las primeras formas de daño lingüístico que aprendemos, los nombres que nos endilgan no sólo son injuriosos.17 Por el contrario, el insulto que se nos confiere constituye una de las condiciones por las que en tanto sujetos estamos constituidxs en el lenguaje. Por tanto, además del poder interpelativo e injuriante del lenguaje, la agencia lingüística de unx individux se inscribe precisamente en ese lugar de vulnerabilidad para –en palabras de Butler- gracias a un anclaje 
pasional ponerse en situación de agente lingüístico y responder activamente.18
Precisamente ese lugar tradicional es el que se revierte para instaurar agencia. Esa es la estrategia que, a mi juicio, están implementando las mujeres en situación de prostitución al sindicalizarse. Pero ese paso, si bien necesario, es sólo el inicio de muchos otros. 
 En principio, porque entendida la prostitución como “venta de servicios”, en un marco neoliberal como el actual, se encubre a los “clientes” o “prostituidores”, los proxenetas, las redes de captación y trata y las relaciones de prostitución forzada o inducida bajo el mando de “derechos del consumidor” más que como “derechos de la ofertante”. En suma, me refiero a que las condiciones de inicio de la mujer, la muchacha o la niña a la situación de prostitución deben situarse en un primer plano del debate. Porque otra pregunta que me formulo es ¿a qué edad y bajo qué circunstancias una mujer “elije” la prostitución como su proyecto de vida?19 Lxs defensorxs de la “libre elección” sólo pueden dar cuenta de algunos casos de prostitución VIP, poco aplicables para la mayoría de las personas en situación de prostitución, quienes carecen de los beneficios sociales más elementales, incluyendo el derecho a la salud.20
 Por tanto, contrariamente a lo que proponen algunas defensoras del feminismo liberal y los movimientos de profesionales del sexo que pugnan por la normalización de su actividad,21 desde un feminismo radical -a la manera del de MacKinnon- no se considera posible entender esta actividad como una forma de trabajo. En principio, porque la prostitución está enraizada en profundas desigualdades de género, que son cuanto menos históricas y estructurales.22 Como bien lo advierte Carole Pateman, el tipo de argumento que hace de la prostitución un trabajo como cualquier otro, es la 
 teoría del libre contrato, pero sobre esa base, se ignoran las condiciones estructurales de 
ese mismo “contrato”. 23 En otras palabras, se presupone que las mujeres en situación de prostitución tienen igual capacidad contractual que los proxenetas, los “clientes” y las redes de trata nacionales e internacionales. Y esto no es así. 

*** 

Sin embargo, no parece posible avanzar en el desarrollo del planteamiento abolicionista ignorando o menospreciando los argumentos que acabamos de revisar. En primer lugar, hay que reconocer las dificultades que a lo largo de la historia han tenido los planteamientos abolicionistas por haber alentado propuestas contrarias a las del conjunto de creencias y de valores imperantes en la sociedad. En ese sentido, el planteamiento abolicionista es también un discurso fuertemente ideológico que quiere una sociedad libre, pero también igualitaria, justa y equitativa para todxs en el marco de un Estado democrático, social y no sexista. Esto constituye un compromiso que se impone tanto a los poderes públicos como a la ciudadanía, incluidos los clientes e incluida la prostitución, ya que no pueden quedar fuera de los límites que le impone la democracia igualitaria a las instituciones sociales. Quizá por todo esto, se le critica también al abolicionismo que “no es práctico”. Con todo, reconocer que para que las 
personas ejerzan su libertad individual necesitan algo más que la ausencia de coacción, es reclamar opciones y políticas públicas reales entre las que poder elegir, es tener acceso a recursos, oportunidades y reconocimientos igualitarios. Cuando estas circunstancias no se dan, o se dan para unos pocos, la libertad también es un bien real sólo para esos mismos pocos. 
Por todo eso, y dada que la jerarquización diferenciada que el paradigma patriarcal hace de las personas, estoy habilitada a incluir las teorías de la “administración privada del capital erótico-libidinal”, “la prostitución consentida”, “la libre elección de la prostitución como trabajo” o “como una forma de vida”, que esgrimen varones y liberales, dentro del marco de las denominadas “nuevas misoginias” en tanto ellos son, en general, los varones sus beneficiarios directos. En cambio, dada la situación histórica de subordinación de las mujeres, en tanto se sitúan en la reclamación de derechos que siempre les fueron negados, el significado de sus acciones es otro: en principio, se resignifican corriéndose del lugar de la víctima y del lugar de la pasividad. 
 Se resignifican qua lo que se designa que son (prostitutas, putas, meretrices, rameras, etc.) para anclarse fuertemente en el único lugar que tienen y construirse empoderadamente en agentes de derechos. Justamente ahí es donde el abolicionismo tiene que venir a darles la mano para que puedan salirse de una actividad que constituye un grave atentado contra los Derechos Humanos de las humanas y (de todxs aquellxs que se encuentran en una posición feminizada, trans, niños/as). Porque la prostitución es una manifestación de violencia contra las mujeres y un signo inequívoco de explotación. 
 En suma, siguiendo nuevamente a Ana Rubio Castro, sintetizo los pedidos básicos del abolicionismo. Que 

(i) se desarrollen políticas de cooperación internacional que traten de ayudar a 
las mujeres a abandonar la prostitución, en tanto las condiciones económicas 
y sociales de muchos países la fomentan. 

(ii) se impongan modelos de justicia constitucional y social y los compromisos 
internacionales en materia de igualdad entre los sexos; se lleven a cabo 
campañas de información, sensibilización y debate sobre la sexualidad 
diferenciada en función del sexo. 

(iii) se sancione eficazmente el proxenetismo, el clientelismo y toda forma de 
captación y trata. Y, por último, 

(iv) que se adopte un conjunto de medidas socio-laborales y sanitarias, 
desarrolladas de modo integral, para que tanto las mujeres que desean 
abandonar la prostitución, como las que desean mantenerse en ella, cuenten 
con los instrumentos necesarios para tener garantizados sus derechos 
sociales y económicos básicos; es decir cuenten con los derechos plenos de 
la ciudadanía. 

 Algunxs consideran que estos pedidos constituyen la dimensión utópica del proyecto abolicionista. Sin embargo, lejos de descalificar la utopía –a la que me he referido en otros artículos- quiero subrayar una vez más que sin utopía la práctica política es ciega. La utopía social y política es imprescindible para recuperar la pasión de hacer de las instituciones los elementos dinámicos de la transformación hacia una sociedad más justa. 
 Dejo de lado muchas cuestiones. 
Quiero agradecer a las organizadoras de estas Jornadas el trabajo realizado y manifestarles mi certeza de que serán un aporte fructífero al mejor planteamiento de problemas, diálogos y soluciones. 

Notas:
1-ACTAS del Primer Congreso Femenino [1910], Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 2008, pp. 317-320. 
2-Rubio Castro, A. “La teoría abolicionista de la prostitución desde una perspectiva feminista: Prostitución 
y Política” en Aponte Sánchez, E y M.L. Femenías Articulaciones sobre la violencia contra las mujeres, La 
Plata, Edulp, 2008. 
3-Varela, N. “La nueva misoginia” Revista Europea de Derechos Fundamentales, 19.1, 2012, pp. 25-48.
4
 Osborne, R. (comp.) Trabajador@s del sexo, Barcelona, Bellaterra, 2004. 
5
 Pheterson, G. (comp.). Nosotras, las putas, Madrid, Talasa, 1992, p. 12-13. 
6
 Holgado Fernández, I. “Sobre prejuicios, estigmas, diversidad y Derecho” Seminario Internacional 
“Diversidad Cultural, Género y Derecho, Facultad de Derecho, Universidad de Málaga. Ponencia inédita, 
noviembre 9 de 2012. 
7
 Pheterson, cit., p. 15. elección” y “consentimiento”. Al menos ¿Es un consentimiento informado? ¿Quién 
informa?8

8
 De Miguel, A. “La prostitución de mujeres: una escuela de desigualdad humana” Revista Europea de 
Derechos Fundamentales, 19.1, 2012, pp. 49-74. 
9
 Rubio Castro, cit.
10 Rubio Castro, citpúblico, de protección de los menores, de lucha contra la delincuencia y la inmigración 
ilegal, entre otras. Por último, 



11 de Miguel, cit, p. 55.
12 Femenías, M.L. “La revolución genérica” en Hiparquia, III, 1990. Disponible en 
http://www.hiparquia.fahce.unlp.edu.ar/

13 Quiero destacar que, en el otro extremo del espectro político, ni el socialismo soviético ni ningún otro 
gobierno marxista que conozcamos (incluida Cuba) ha logrado revertir la estructura patriarcal que hace de 
la prostitución una de sus consecuencias más visibles. 
14 Nussbaum, M. Sex and Social Justice, Oxford, University Press, 1999. Sobre la base de los 
argumentos liberales de “libre elección”, Nussbaum elabora los argumentos más potentes de los últimos 
años en torno a la prostitución como trabajo libremente elegido.
15 Femenías, M.L. “Las tramas de la heterodesignación” en Beristáin, H. y G. Ramírez Vidal (comps.) 
Crisis de la historia, México, UNAM, 2009, pp. 167-184. 
16 Bataille, G. L´erotisme, Paris, Minuit, 1957 y reediciones. Para un extenso análisis de esta cuestión, cf. 
Puleo, Alicia, Dialéctica de la sexualidad, Madrid, Cátedra, 1992, pp.131 y ss.

17 Butler, J. Bodies that matter, new York, Routledge, 2003, p.188 ss. 
18 Butler, J. Bodies that matter, especialmente p. 223 y ss. 
19 Galindo, M. y Sánchez, S. Ninguna mujer nace para puta, Rosario, La vaca editora, 2007. 
20 Fernández Michelli, S. “Prostitución: entre lo imposible y lo prohibido: El cuerpo peligroso de las 
mujeres” en Femenías, M.L. “Barrer debajo de la alfombra las “relaciones peligrosas” Coordinación del 
Dossier y presentación en Mora, 15, 2009, pp. 85-166. 
21 Ramalho, N. “O trabalho sexual: discursos e práticas dos assistentes sociais em debate” Sexualidad, 
Salud y Sociedad - Revista Latinoamericana, 12, dezembro, 2012.
22 MacKinnon, C. Hacia una teoría feminista del Estado, Madrid, Cátedra, 1995.
23 Pateman,. C. El contracto sexual, Barcelona, Anthropos, 1998, p. 288.





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