TERCERAS
JORNADAS NACIONALES ABOLICIONISTAS SOBRE PROSTITUCIÓN Y TRATA DE MUJERES
NIÑAS/OS
2012
PONENCIA
La
prostitución como trabajo: algunos aportes para el debate
Teoría Económica, Mercado de Trabajo y Género
Expositora: Delia Añón Suárez
Profesora en Lengua y Literatura Inglesas. UNLP. 1987
Especialista en Estudios de Mujeres y Género. UNLU. 2005
Maestranda en Estudios de Mujeres y Género. UNLU
Eje
temático IV: Patriarcado,
capitalismo y prostitución
Noviembre 2012
INTRODUCCIÓN
Resulta ineludible actualmente al
ahondar en el tema prostitución incluir el reanimado debate acerca de si su
práctica constituye o no un trabajo.
Al finalizar la carrera de
Especialización en Estudios de Mujeres y de Género en la Universidad Nacional
de Luján en 2005, y luego de cursar dos Seminarios de Doctorado en la Universidad de Granada
en España, decidí que abordaría la prostitución para la tesis doctoral que para
ese entonces había decidido realizar.
Así, comencé en el año 2006 con el
trabajo de campo[1] que me había propuesto
como puntapié inicial para aquella tesis, que consistiría básicamente en la
recopilación de las voces de las mujeres prostituidas.[2]
Luego de experimentar diversos cambios
en mis posturas teóricas a-priori, que hicieron que demorara mucho tiempo en la
elaboración del marco teórico, y ante la apertura de la Maestría en Estudios de
las Mujeres y de Género en la Universidad
Nacional de Luján, decidí cursar la carrera, y abordar el
tema prostitución para la tesis final que se requiere.
Y es que el tema me sigue resultando
extremadamente atractivo en tanto – considero – condensa en sí todas las
situaciones de desventaja en que nos encontramos las mujeres, ya que es - al
decir de Nuria Varela[3] - el
cruce más álgido entre los dos sistemas de dominación hegemónicos: capitalismo
y patriarcado.
De ahí lo pertinente de la temática
para el este trabajo, pensado desde la
de teoría
económica, mercado de trabajo y género:
como puntualizara al comienzo, la discusión acerca de si el ejercicio de la
prostitución debe considerarse o no trabajo – debate que ya parecía adormecido
en los feminismos de nuestro país porque existía una especie de consenso – aunque
no explícito a veces – en ver a la prostitución como una situación que sumerge
a las mujeres en una forma de violencia socialmente legitimada, ha recobrado
fuerza en estos últimos tiempos.
Ya desde principios de este nuevo
siglo, cuando la esclavitud es indefendible por parte de ningún grupo por más
extrañas sean sus posturas, aparecen en Argentina organizaciones sindicales que
inauguran locales en diferentes puntos del país, organizando la actividad.
Se pasa a hablar de “trabajadoras
sexuales” en vez de “prostitutas”. Algunas colectivas del movimiento de mujeres
se inscriben en esta postura, y el debate renace: porque este cambio de
denominación – que acompaña a posturas políticas e ideológicas – pretende dar
por saldado un debate en el que nunca se llegó a la profundidad que muchas
consideramos necesaria.
Y es que hacerlo va al corazón mismo
de una discusión que supera ampliamente el marco anecdótico con el que muchas
veces son citadas las investigaciones producidas por los Estudios de Mujeres y
de Género, a modo de “nota de color”. Hacerlo pone en cuestión la lógica misma
del capitalismo – que no todos los feminismos cuestionan. Interpela la “moral”
y la “ética” capitalistas.
En este camino, estamos empezando a
profundizar tímidamente en un debate en el que pocas veces encontramos las
voces de las mujeres que viven esta realidad. En efecto, las pocas que se hacen
oír pertenecen a las dirigentes de estos sindicatos mayoritariamente; alguna
que otra voz perdida - sobre todo de
travestis – en algún programa televisivo que banaliza la realidad y exalta el
morbo de los televidentes.
Ninguna otra: cuando llega algún eco
de las voces de las mujeres que ejercen la prostitución, siempre aparece
mediada, citada en forma indirecta y poco precisa por alguna feminista
académica, o funcionaria de algún “área de género”. Y sus dichos extrañamente
acompañando a rajatabla una postura dada: reglamentarista o abolicionista por
lo general.[4]
Sin matices intermedios. Y en esa
falta de matices quedan encerradas las vidas concretas de mujeres concretas
que, por ejemplo, pierden su fuente de ingresos – ni más ni menos que su
capacidad de subsistencia – ante un allanamiento muy promocionado como “golpe
duro a la trata”, sin que las instituciones involucradas resuelvan la situación
concreta de desempleo de las mujeres “liberadas” previamente.
Porque otro giro interesante del
discurso hegemónico que intentaré fundamentar es el de la coexistencia de un
“combate a la trata” junto con una “legitimación de la prostitución
consentida”. Como si se tratara de dos fenómenos de diferente origen.
Creo que viendo a través de la
historia de las teorías económicas las definiciones de trabajo que se han ido
sucediendo, teniendo en cuenta también los aportes de los feminismos al tema,
sumando los aportes que podamos aplicar de las teorías del uso del tiempo, y
contrastándolos con las voces de mujeres que viven esa realidad y su percepción
de la actividad – porque en todos los casos aluden a ella y a su uso del tiempo
libre; podremos tener más y mejores herramientas para visualizar si podemos considerar a las mujeres
prostituidas como empleadas o no.
RECORRIDO
TEÓRICO
Rosario Aguirre sostiene que “Una
creciente literatura sociológica, tanto teórica como empírica, pone de
manifiesto que los niveles de bienestar de las personas y de las sociedades se
sustentan tanto en el aporte de trabajo para el mercado como en el que se
realiza en el ámbito de las relaciones privadas y en la esfera de las
organizaciones sociales. La redefinición de la noción de trabajo para
incorporar al trabajo no remunerado supone una ruptura conceptual necesaria
para dar cuenta de parte de las actividades humanas que generalmente quedan en
la sombra porque no pasan por el mercado”.[5]
En su escrito, plantea la necesidad de
diferenciar trabajo de empleo, y señala que “una
importante corriente de autores plantea la necesidad de formular una definición
de trabajo congruente con la realidad social y que incluya a todas las
actividades que contribuyen a la supervivencia material”.[6]
Aunque muy acertada, si nos quedamos
sólo con este tipo de visiones para abordar la prostitución corremos el riesgo
de no ahondar lo suficiente en los componentes que acompañan a esta actividad o
modo de subsistencia, y que exceden ampliamente los análisis provenientes del
campo de la economía.
Maribel Mayordomo Rico señala que “la situación económica de las mujeres en sí
misma no fue, en ningún caso, un tema prioritario. De hecho, siempre que
trataron asuntos relacionados con ellas lo hicieron a partir de un discurso
moralizador y poco `económico´; tomaron como un dato la situación de las
mujeres (apelando casi siempre a `leyes naturales´ o a una inferioridad de las
mujeres en su carácter, inteligencia o fuerza) sin cuestionarse las relaciones
de género implícitas a tal supuesto.”[7]
Otro valioso aporte, pero que también
puede ser interpelado si de prostitución se trata. Porque por un lado, las corrientes legalizadoras mayoritariamente
sólo tienen en cuenta indicadores económicos para sostener su postura, evitando
prolijamente entrar en un debate moral o ético. Y minoritariamente, los
feminismos que adhieren a esta corriente invitan a no caer en discursos
moralizantes que restringen la libertad de las mujeres en el ejercicio de su
sexualidad, pero sin cuestionar si la “sexualidad” puesta en juego en la
prostitución es la sexualidad que las
mujeres reclamamos como derecho, o si realmente nace de una legítima libertad.
Y, por otra parte, estas corrientes
tampoco se detienen a cuestionar las desigualdades de género implícitas en el
“comercio sexual”, reclamo que la autora realiza.
Aceptando la propuesta del texto
citado a pensar en términos económicos, trato de visualizar que lugar le darían
las distintas corrientes de la economía a la prostitución.
La autora expresa que Adam Smith
realizó escasas y breves alusiones al trabajo remunerado femenino, y lo
atribuye al hecho de que el pensamiento liberal moderno cruzaba los órdenes
económico, social y moral; haciendo que las actividades de mercado se consolidaran
como el “espacio en torno al que giraba
el nuevo sistema capitalista”.[8]
Así, quedaban trazadas las esferas
pública y privada, con su consecuente división sexual del trabajo: se
naturalizaban las actividades de las mujeres (cuidado, reproducción), y eran
excluidas de la economía política.
Pese a que parte de esta corriente –
como John Stuart Mill – incorporaron al debate la equiparación de los derechos
de las mujeres, su aporte quedaba encorsetado en un reclamo de derechos
civiles, que tampoco arrojan demasiada luz a la discusión acerca de la
prostitución como trabajo.
De este modo, concluyo que por las
características de la actividad, se la consideraría básicamente como una que –
por darse en la esfera de lo privado por un lado, y por no ser “moralmente
aceptable” según los cánones impuestos a las mujeres – quedaba fuera de la
órbita de análisis.
Quien sí incluye en forma explícita el
rol de las prostitutas es Engels.[9]
Propone la supresión de la familia individual como unidad económica de la sociedad;
y define al matrimonio contemporáneo como “la
monogamia con sus complementos, el adulterio y la prostitución.”[10]
Citaré diferentes menciones directas
que hace del tema:
“Caminamos
en estos momentos hacia una revolución social en que las bases económicas
actuales de la monogamia desaparecerán tan seguramente como las de la
prostitución, complemento de aquélla.”[11]
“Porque
con la transformación de los medios de producción en propiedad social
desaparecen también el trabajo asalariado, el proletariado, y, por
consiguiente, la necesidad de que se prostituyan cierto número de mujeres que
la estadística puede calcular.”[12]
“¿No
bastará eso para que se desarrollen progresivamente unas relaciones sexuales
más libres y también para hacer a la opinión pública menos rigorista acerca de
la honra de las vírgenes y la deshonra de las mujeres? Y, por último, ¿no hemos
visto que en el mundo moderno la prostitución y la monogamia, aunque
antagónicas, son inseparables, como polos de un mismo orden social? ¿Puede desaparecer
la prostitución sin arrastrar consigo al abismo a la monogamia?”[13]
Es cierto que de sus dichos se puede
colegir una visión mucho más amplia del tema prostitución de la que motiva este
trabajo: en realidad, podemos observar que Engels ve al vínculo matrimonial
capitalista como prostituyente en sí mismo – i.e. todas las mujeres quedamos
prostituidas por este vínculo – debido a la desigualdad jerárquica existente
entre varones y mujeres en el reparto de bienes; a la transformación de todas
las cosas en mercancías – incluidas las mujeres; y al reemplazo de conductas
históricas heredadas por el “libre” contrato.
Este matrimonio moderno – señala
Engels – “ha consistido, sobre todo, en
rebajar la situación de las mujeres y facilitar la infidelidad de los hombres.”[14] Y esto tiene que ver sin dudas con el
consumo de prostitución.
Resulta también significativo lo que
sostiene respecto de la esclavitud, “que
alcanzó su desarrollo máximo bajo la civilización, realizase la primera gran
escisión de la sociedad en una clase explotadora y una clase explotada.”[15] En efecto, podemos inferir que en lo que a las
mujeres respecta en general – y a las mujeres prostituidas en particular, el
capitalismo y el patriarcado nos ubican del lado de los explotados.
Acerca del pensamiento neoclásico
contemporáneo, sostiene Giuseppina Sara Da Ros que “al analizar el mercado de trabajo del lado de la oferta, el enfoque
neoclásico de la teoría del capital humano parte de dos principios básicos: la
existencia de una competencia perfecta y la determinación de niveles salariales
en función de la productividad y, por ende, de las características del capital
humano, el causante de la diferente valoración de hombres y mujeres. Este
último no se mediría simplemente en función de los años de educación formal
recibidos sino también de la experiencia y capacitación adquirida. De ahí que
las mujeres, al acumular menos capital humano, por la prioridad que darían al
ámbito familiar, tendrían menores niveles de ingreso.” [16]
El párrafo citado encierra en sí todas
las preguntas que podemos hacernos a la hora de abordar la discusión que se
desprende de considerar si la prostitución es trabajo o no.
En primer término, si analizamos el
tema desde el lado de la oferta, invisibilizamos el debate acerca del grupo que
consume/demanda. Ponemos el foco en las mujeres prostituidas, en vez de
preguntarnos por las causas que llevan a los varones a ser
consumidores/prostituyentes. Así, centrando la cuestión en la oferta con lo que
connota para el ámbito de la economía, dejamos fuera de consideración aspectos
tan relevantes como la reproducción de los patrones de dominación del
patriarcado: el sometimiento del deseo sexual de las mujeres al de los varones,
y la cosificación o mercantilización de los cuerpos de las mujeres.
En segundo término, la autora nos
advierte que la teoría neoclásica se basa en dos principios básicos. Me
detendré brevemente en el referente a la “existencia de la competencia
perfecta”, ya que considero imposible pensar en ella dentro del marco de la
prostitución: si existiera real igualdad de oportunidades entre mujeres y
varones, difícilmente encontraríamos mujeres dispuestas a someterse a un nivel
de explotación semejante.[17]
Por último, es significativo ver lo
expuesto por la autora al finalizar el párrafo citado bajo la óptica de las
crisis a las que nos arrastró el neoliberalismo de la década del `90 del siglo
pasado: la situación de colapso social obligó a miles de mujeres a salir del
ámbito privado para garantizar la subsistencia del grupo familiar; y el menor
nivel de educación general alcanzado por el colectivo, sumado a la falta de
experiencia laboral y capacitación, llevó a muchas a encontrar una salida en
dejarse prostituir.
Esta situación de crisis estructural
del modelo la aborda Catalina Wainerman, quien afirma que “La crisis que se ha instalado
en la Argentina
desde comienzos de los años ochenta ha tenido, y sigue teniendo, profundas
consecuencias sobre la familia y los modos de vida de sus miembros. La
inseguridad económica, la flexibilización de las contrataciones y los despidos,
la caída de las remuneraciones, de los beneficios sociales, el abandono de la
red de contención del Estado forman parte de las amenazas que alcanzan hoy a
muchísimas familias de distintos sectores sociales.” [18]
También se refiere a lo expuesto Marta
Novick, cuando sostiene que “En el
mercado de trabajo, objeto central de esta publicación, se observaron diversas
restricciones y problemas que se manifestaron a través de elevados niveles de
desempleo, subutilización de la fuerza laboral, caída en las remuneraciones,
especialmente en los sectores de bajas calificaciones, propagación de la
precariedad laboral en sus distintas vertientes (inseguridad, desprotección,
baja calidad en el empleo, ilegalidad, etc.). Todo ello no fue ajeno a un
contexto cíclico de crisis económicas, reducción de la capacidad de regulación
de las instituciones laborales tradicionales y una serie de reformas orientadas
hacia una menor presencia e injerencia del Estado en la actividad económica.”[19]
Si bien la autora no hace referencia
explícita al tema prostitución, el relevamiento realizado en el campo que
veremos más adelante coincide plenamente con la realidad de la mayoría de las
mujeres que aportan su historia de vida.
Ya recorriendo las posturas de los
feminismos respecto de la economía – porque abrirlas sus apreciaciones a otras
áreas del quehacer social implícitas en el debate sobre prostitución excedería
los marcos de este trabajo – encuentro la visión del feminismo liberal que
sostiene que “la marginación de las
mujeres es algo que podría eliminarse con cambios legales, no estructurales…” [20] Esta
afirmación resulta insuficiente si se aplica a la prostitución, que claramente
reviste carácter estructural a mi entender, ya que se trata de un sistema de
explotación sostenido por los discursos hegemónicos dominantes.
Creo que las feministas marxistas, al
plantear el problema del trabajo de las mujeres desde una perspectiva de clase,
están más cerca de poder abordar la prostitución, si equiparamos la situación
de las mujeres a la de “clase oprimida”.
También el feminismo radical, al
visualizar que “la subordinación femenina
no involucra sólo aspectos económicos sino también culturales, ideológicos,
psicológicos y antropológicos. La cuestión de la mujer es una cuestión de
género.” [21] se acerca más que el
feminismo liberal al lo que considero nodal de la cuestión.
Comparto con la autora la valoración
de las influencias de la teoría feminista a la teoría económica tradicional
mediante la incorporación a su estudio de las relaciones de género, vitales
para entender los sistemas de opresión de las mujeres. A lo que – agrego-
también cruciales para comprender la prostitución. Porque “el capitalismo y el patriarcado son dos sistemas interrelacionados que
permiten entender las opresiones de clase y género.”[22] Y en
la prostitución, ambos están presentes.
La investigación sobre el uso del
tiempo también nos puede brindar herramientas de análisis para el tema
propuesto, ya que constituye un “medio
para facilitar la toma de decisiones políticas y la gestión de necesidades y
recursos humanos.”[23]
Si – como sostiene la autora – “los estudios de más larga tradición sobre
duración de actividades han sido los referentes a la jornada de trabajo, porque
ésta ha sido históricamente objeto de regulación legal…”[24],
podemos plantearnos qué pasa con el gran número de mujeres que viven en la
explotación sexual, y cuyas actividades no son contempladas por no tratarse de
“jornadas” tipificables para el análisis.
De todos modos, el sólido modelo
metodológico propuesto por la autora, podría ser adaptado al tema prostitución,
ya que el cambio de énfasis de trabajo remunerado a no-remunerado que surge de
la necesidad de cuantificar el trabajo fundamentalmente doméstico de las mujeres,
no es aplicable a las mujeres prostituidas que sí reciben remuneración. Y, al
sostener que “la realidad social es
compleja, contiene muchos planos posibles de observación y análisis. La
sociología, tanto teórica como empírica, se ha ido construyendo desde la
perspectiva de sus fundadores y continuadores: la impronta de su historia, de
sus orígenes vinculados a colectivos concretos (varones activos, occidentales,
de clase media, etc.) ha creado la realidad social al mismo tiempo que la
estudiaba” [25] la misma autora abre la
posibilidad y la invitación a realizar estas adaptaciones.
Palabras
de mujeres
Buscando documentos como el de la CEPAL acerca del empleo
femenino,[26] no aparece ninguna
mención del tema prostitución. Será que, claramente, no hablamos de empleo al
hablar de esta realidad social. Tal vez de trabajo.
Otros documentos, como el de la OIT[27]
hablan de trabajo decente. También encuentro las expresiones “trabajo digno” y
“trabajo invisible” permanentemente utilizadas para referirse al trabajo femenino.
Invisible seguro: los organismos muestran prudencia al no incorporar cifras
oficiales, aunque cuando no hablan de “trabajo” específicamente, sí incluyen a
la prostitución.
Todas estas maneras de calificar al
trabajo, como dije, no incluyen a la prostitución. Ni siquiera la aluden. Sin
embargo, constituyen un buen punto de partida para organizar la escucha de las
mujeres prostituidas al referirse al tema de su actividad.
En el discurso de todas las
entrevistadas aparece mención concreta de la actividad como “trabajo”:
“Si
es lo que Dios quiere, dirá él hasta cuando trabajaré…”
“…tengo
que conseguir plata…yo laburo [28] mucho, mucho.”
“…una
prostituta es una mujer que trabaja…”
“Me
encanta tener un sindicato.” [29]
Algunas de sus expresiones, sin embargo,
encierran una cierta ambigüedad por parte de las entrevistadas respecto de su
consideración de la actividad como trabajo:
“Yo
me pongo en la cabeza que estoy haciendo
plata [30] para mí y para mi
hija.”
“Cuando
estoy indispuesta no laburo.”
“Yo
trabajo. Mi hija, gracias a Dios, esto no lo hace.”
Y otras manifestaciones – muchas veces
hechas por la misma entrevistada que acababa de hablar de “trabajo”, dichas con
el correr de la entrevista, marcan claramente una imposibilidad de ver su
actividad como tal:
“Yo
respeto a mi hijo, me da vergüenza que me vea acá en la esquina, me dice mamá buscá laburo.”
“Si
yo tengo un laburo, pero un laburo en serio, en blanco, esto lo dejo.”
“Ahora
no se puede encontrar trabajo. Tengo
que venir acá porque no hay otra cosa.”
“mi
nena piensa que laburo en una
fábrica.”
“…no
me gustaría que un flaco que amo sepa que hago
esto.”
Resulta sorprendente observar que a
pesar de conocer en profundidad sus propias historias, a veces reproducen
clichés del patriarcado respecto de la prostitución:
“Mi
mamá nunca se prostituyó, me crió
como pudo, toda la vida laburó.”
“A
mí no me gusta, yo lo aborrezco, pero qué voy a hacer…es plata rápida, es una salida rápida.”
“Cuando
me echaron del trabajo en Buenos
Aires me metí en esto porque era plata fácil.”
La primera, además de no considerar la
prostitución como trabajo, reproduce la visión de que es ella quien se
prostituye; no dando cuenta de los factores y actores que operan en su
realidad.
La segunda y la tercera, reproducen la
visión instalada acerca de que se trata de obtener dinero fácilmente,
invisibilizando los costos que la actividad tiene para las mujeres involucradas
en todos los aspectos de sus vidas, y que hacen imposible sostener que se trata
de una salida fácil.
En un caso, una de las entrevistadas –
Celeste es su verdadero nombre, pero usa un seudónimo en la calle – reproduce
el frecuente recurso de definirse (i.e. de responder a la pregunta “¿Quién
sos?”), aludiendo a “lo que hace”:
“Si
me dicen Celeste, ya sé que me conocen de otro lado, no por lo que soy.”
Es impactante que se defina como
prostituta por las connotaciones que esto tiene, sustancialmente diferentes de
las que definirse como maestra u obrera textil pueden tener para la
subjetividad de una mujer. Y es que en nuestra cultura, qué hacemos, el
trabajo, nos define. Y eso se refleja en nuestro modo de decirnos, y en la
valoración que tenemos de nosotros en última instancia. Sin dudas, la baja
autoestima personal que muestran las entrevistadas está relacionada con esto.
Algunos de sus dichos también
reproducen la asociación existente entre “trabajo” y “empleo”:
“Mi
mamá no trabaja. Nadie trabaja en mi casa.”
“…la
trabajadora sexual es una empleada, como la que limpia un piso.”
En la segunda cita, hablar de una
mujer prostituida como empleada marca una confusión entre lo que puede
considerarse trabajo y lo que representa el ser empleado. En todo caso, si
aceptáramos que la prostitución es trabajo, se trataría de uno tan precarizado
que difícilmente entraría en la categoría de empleo, con los derechos que éste
debe garantizar.
La mezcla de los conceptos de qué es
trabajo y qué no, a la que la teoría económica trató de ordenar mediante la
diferenciación remunerado/no-remunerado, se ve reflejada en las alusiones que
las entrevistadas hacen respecto de su uso del tiempo libre:
“En
el tiempo libre me voy a mi casa, cocino, limpio, estoy con mi hijo.”
“Los
ratos libres los paso en casa. Cuido a mis hijos, limpio mi casa, hago mis
cosas.”
“Cuando
puedo me quedo en casa: soy muy hogareña. Eso sí, hago cosas, cocino…”
El ocio aparece – al igual que para la
gran mayoría de las mujeres – como haraganería. Y el disfrute del tiempo libre,
ausente. Porque, en realidad, el tiempo libre lo está.
A
modo de cierre
Me resulta imposible al preguntarme si
la prostitución puede considerarse un trabajo, dar una respuesta contundente y
concluyente.
Si bien me parece impensable calificar
con ese nombre – nominar considero que es un hecho político trascendente – a
una actividad que por lo general avergüenza y se oculta; que muchas veces
obliga a quienes la ejercen a cambiar su nombre; que involucra todo tipo de
abusos incluido el físico; que convierte a las mujeres en “bienes subastables”[31];
trato – como feminista – de evitar caer en los vicios frecuentes por parte de
los cultores del patriarcado cuando de nuestros asuntos en tanto mujeres se
trata.
Por lo tanto, quiero evitar reproducir
el conocido argumento abolicionista que reza que algo así no puede elegirse
desde la “libertad”. Porque muchas mujeres basan su subsistencia en esta
actividad. Porque – también muchas –
mujeres prostituidas aseguran elegirla, y no seré yo quien ponga en
cuestión o silencie sus voces, quien intente tutelarlas o imponerles mi idea de
“libertad”. Ante todo, mi respeto y mi sororidad[32].
Pero en lo personal, me quedan
preguntas. ¿A qué se debe en nuestro país – y en muchos otros – la marcada
voluntad de legalizar y/o reglamentar la prostitución?
Tal vez sea un intento de
transformarlas en contribuyentes…o de bajar las cifras de desempleo…o de
sostener un ideal de familia que se desmorona permanentemente…
El hecho es que el esquizofrénico
tratamiento diferencial que se hace del tema – se habla de “trata” si es
“forzada”, y de “prostitución” si es “consentida” – apunta a dividir la
cuestión en dos.
Así, se establece una prostitución
como “buena e inocua”, que responde a las leyes de la oferta y la demanda[33], que
es bendecida por algunos credos ya que “aparece mencionada hasta en la Biblia ”, que es naturalizada
por una sociedad que sostiene que “se trata del oficio más antiguo del mundo”.
Y otra “mala”. Porque resulta
insostenible a estas alturas del devenir histórico sostener que la reclusión
forzada de un ser humano y su violación sexual sistemática son producto de la
libre elección.
Dividiéndola, y estigmatizando y
combatiendo sólo a una, los poderes se aseguran la continuidad del tercer
negocio más redituable en el mundo, junto con el tráfico de armas y de drogas.
Y con los negocios no se embroma.
Tampoco con el sometimiento de las
mujeres a una “sexualidad masculina depredadora”.[34]
Las mismas mujeres entrevistadas
mencionaron durante sus relatos la importancia de su “trabajo” para ayudar a
mantener los matrimonios. Dos de ellas, a quienes pregunté si habían leído a
Engels.
Aseguraron ignorar quién era…Sin
embargo, todo lo que decían me remite a algún pasaje de su obra… Por ejemplo:
“La
fuerza cohesiva de la sociedad civilizada la constituye el Estado, que, en
todos los períodos típicos, es exclusivamente
el Estado de la clase dominante y, en todos los casos, una máquina
esencialmente destinada a reprimir a la clase oprimida y explotada.”[35]
“Por
ello, cuanto más progresa la civilización, más obligada se cree a cubrir con el
manto de la caridad los males que ha engendrado fatalmente, a pintarlos de color de rosa o a negarlos.
En una palabra, introduce una hipocresía convencional que no conocían las
primitivas formas de la sociedad ni aún los primeros grados de la civilización,
y que llega a su cima en la declaración: la explotación de la clase oprimida es
ejercida por la clase explotadora exclusiva y únicamente en beneficio de la
clase explotada; y si esta última no lo reconoce así y hasta se muestra
rebelde, esto constituye por su parte la más negra ingratitud hacia sus
bienhechores, los explotadores.”[36]
Resalté esto de “pintarlos de rosa o
negarlos”, ya que al leerlo me remitió a las voces de mujeres prostituidas que
sostienen la libertad de su elección, o a las de las feministas
reglamentaristas que afirman que las que no podemos ver a la prostitución como
trabajo hemos sido cooptadas por el patriarcado, que sacralizó nuestra
sexualidad anulándola y llenándola de connotaciones afectivas que no debería
tener por tratarse sólo de una función fisiológica más. Aunque sus argumentos
resultan coherentes y atendibles, no puedo dejar de visualizarlos como
extremadamente funcionales al sistema.[37]
La utopía de vivir en un mundo sin
prostitución necesariamente implica vivir en un mundo en el que no gobiernen los
bienes materiales por sobre otros. Ni los varones por sobre las mujeres.
Para poder caminar hacia ese norte,
los Estados no deben ser voceros de los sistemas dominantes. Y sabemos que
resulta difícil, aunque la voluntad muchas veces esté.
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[1] Las
historias de vida fueron recopiladas durante un trabajo de campo realizado
entre octubre de 2006 y febrero de 2007 en la “zona roja” de La Plata. Las informantes fueron
21, y sus edades oscilan entre los 17 y 81 años.
[2] Deseo
no utilizar la expresión “trabajadoras sexuales” porque no considero a la
prostitución un trabajo; “mujeres en situación de prostitución” porque dicha
expresión no expresa compromiso con la temática; y tampoco “mujeres que se
prostituyen” porque la frase invisibiliza a los responsables de la situación,
que me resulta tan absurda como sería decir que “un obrero se explota a sí
mismo”.
[3] Varela, Nuria. Feminismo
para Principiantes. Ediciones B, Buenos Aires, 2005. pp. 242.
[4] Un buen detalle de las
posturas existentes se puede encontrar en: Volnovich, Juan Carlos. Ir de Putas.
Editorial Topía, Buenos Aires, 2006. pp. 53-77.
[5]
Aguirre, Rosario. La
necesaria redefinición del Trabajo, en: Aportes para el debate, pp. 35. www.asociacionag.org.ar/pdfaportes/25/02.pdf
[6]
Aguirre, Rosario. Op. Cit., pp. 37.
[7] Mayordomo Rico, Maribel. Precursores: el trabajo de las mujeres y la Economía Política ,
Ponencia presentada a las VII Jornadas de Economía Crítica. Universidad de
Castilla-La Mancha. Albacete. 2000. pp. 23. www.ucm.es/info/ec/jec7/pdf/com3-7.pdf.
[8] Mayordomo Rico, Maribel.
Op. Cit., pp. 9.
[9] Engels, F. El origen de la
familia, la propiedad privada y el estado; Planeta Agostini, Madrid, 1891, pp.
138/153; 296/304.
[16] Da Ros,
Giuseppina S. Las mujeres en las teorías económicas, en el pensamiento
feminista y en la economía solidaria, Corporación de Análisis
Económico-CORDANEC, Ecuador. Pp. 100. www.unircoop.org/unircoop/files/article6_2008.pdf.
[17] Si
bien la explotación es inherente al capitalismo, i.e. todo trabajador es
explotado, no podemos visualizar a todas las explotaciones como “iguales”. La
prostitución incluye la violación física de la persona explotada.
[18] Wainerman,
Catalina. “Familia, trabajo y relaciones de género”, en Carbonero Gamundí,
María Antonia y Levín, Silvia (comp.), Entre familia y trabajo. Relaciones,
conflictos y políticas de género en Europa y América Latina, Rosario: Homo
Sapiens, 2007, pp. 147.
[19] Novick, Marta. “Las preguntas del estudio y su
contexto”. En: Novick, M. y Tomada, C. “Argentina 2003-2006: Crecimiento
económico con empleo decente ¿Un nuevo modelo para América Latina?”, en Novick,
M., Tomada, C., Damill, M., Frenkel, R. y R. Mauricio, Tras la Crisis : El nuevo rumbo de
la política económica y laboral en Argentina y su impacto. Serie de
Investigación 114, Instituto Internacional de Estudios Laborales: Ginebra,
2007, pp.11-12.
[21] Da Ros, Giuseppina S. Op. Cit., pp. 104.
[22] Da Ros, Giuseppina S. Op. Cit., pp. 107.
[23]
Durán, María Ángeles. La investigación sobre el
uso del tiempo en España: algunas reflexiones metodológicas. Revista
internacional de sociología, Nº 18, 1997, pp. 24.
[24]
Durán, María Ángeles. Op. Cit., pp. 25.
[25]
Durán, María Ángeles. Op. Cit., pp. 30.
[26] CEPAL-GTZ; VVAA. El trabajo
femenino en la post convertibilidad: 2003-2007; Stgo. De Chile, 2008.
[27] OIT. Igualdad de género y trabajo decente. Buenas prácticas en el lugar
de trabajo. Ginebra: OIT. 2005. http://www.ilo.org/dyn/gender/docs/RES/432/F1359823936/Buenas%20practicas.pdf.
[28]
“Laburo” es una palabra del lunfardo, y significa “trabajo”.
[29] Si
bien no aparece la palabra “trabajo”, la idea de pertenecer a un sindicato
implica la consideración de la actividad como tal.
[30] La hablante evita decir
“trabajando”.
[31]La
expresión fue extraída del artículo
“Cuando la mujer pasa a ser un bien subastable”. En Género y Economía, 2010. generoyeconomia.wordpress.com
[32] Lagarde, Marcela. Pacto
entre mujeres sororidad. webs.uvigo.es/pmayobre/textos/marcela_lagarde.../sororidad.pdf
www.rimaweb.com.ar/articulos/2011/el-concepto-de-affidamento/
[33] Es curioso
seguir las argumentaciones de personas que detestan al neoliberalismo y
bendicen la situación actual de salida de sus paradigmas de nuestra región; y,
sin embargo, al hablar del tema “prostitución” esgrimen a “las leyes del
mercado” como incuestionables e inamovibles. El patriarcado atraviesa
evidentemente todas las posturas políticas.
[34] La expresión la utiliza
Nuria Varela como título de un capítulo, en: Varela, Nuria. Íbamos a ser
reinas. Ediciones B, Crónica, Barcelona, 2008, pp. 90.
[36] Engels,
F. Op. Cit.,
pp. 302-303. La negrita es mía.
[37] Por
“sistema” me refiero al producido por el cruce de capitalismo y patriarcado en
su intento por perpetuar la subordinación de las mujeres.
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