TERCERAS
JORNADAS NACIONALES ABOLICIONISTAS SOBRE PROSTITUCIÓN Y TRATA DE MUJERES Y NIÑAS/OS
2012
Ponencia: Feas, sucias y malas. Sobre ciudadanía, medios y prostitución
Expositora: Magalí Batiz
Eje 9: Medios de Comunicación
Me propongo analizar de qué manera
se construyen la identidad de “vecino” en el discurso de los medios sobre las
zonas rojas. Cómo subyace en estas construcciones una idea de ciudadanía
restrictiva y cómo discursivamente se fundamenta la expulsión de las putas del
espacio público común. Para esto tomo dos periódicos; el Diario El Día de la
ciudad de La Plata
en el año 2012 el debate en torno al proyecto de desplazamiento de la zona roja
al Bosque de la ciudad y una nota del Diario Coronel de Diario Clarín publicada
el 1° de abril de este año que a mi entender condensa una visión hegemónica
sobre lo que me propongo analizar. Sin pretensiones de exhaustividad por
supuesto, sino como un pequeño aporte a la problematización de los discursos
mediáticos sobre la prostitución.
Parto de la idea de M. Foucault
sobre los discursos como producciones-productoras, reguladas y reguladoras de la vida
social que operan como tecnologías de sujeción social, de producción y
reproducción de la subjetividad y de la teoría de Laclau y Mouffe sobre las identidades políticas como
estructuradoras de lo social. También tomo de ellos la idea de antagonismo como
mecanismo político elemental para la delimitación de una frontera social. El
establecimiento de esta frontera hace posible la constitución de una identidad.
La identidad es política, contingente y no está atada a contenidos
preestablecidos, se construye a través del antagonismo, es así, producto de una
operación hegemónica. En los discursos que analizo, la frontera es constitutiva de la identidad de “vecino”. La
“otredad constitutiva” o “exterior constitutivo” del vecino es la puta, la
frontera queda así delimitando a su vez la noción de ciudadanía ya que desde mi
visión “vecino” es uno de los clivajes discursivos principales para referir a
la misma. La delimitación de una frontera se torna esencial para comprender
cómo funcionan esos procesos de exclusión a partir de los cuales se define la
ciudadanía. Esta, es recreada como un significante en disputa que también se
encuentra precariamente articulado por operaciones hegemónicas. Los medios
gráficos en este caso funcionan como la arena política donde se definen estas
diferencias temporalmente y operan como tecnologías reguladoras que articulan
el imaginario social y tienen poder normalizador sobre los cuerpos y las vidas.
Desde el título de la nota publicada
en diario Clarín el 1° de abril de este año escrita por Darío Coronel ya opera
una demarcación que se convierte en antagónica: “Crece la zona roja de Flores y
los vecinos viven amenazados”: las putas no entran dentro de la
categoría de “vecinos”. No
solo eso, sino que las putas comienzan a significarse como una “amenaza”. Esta
forma de adjetivar a los vecinos: “amenazados” va a ser el tono que con que
durante toda la nota el periodista se va a referir a la relación que se entabla
entre dos categorías de sujetos que se proponen antagónicas en sus intereses y
en sus demandas: las putas y los vecinos.
La idea de amenaza es a su vez
acompañada de la de expansión de la misma, cual peste:
“Están por todo el barrio. No sólo en las
esquinas. Andan, también, a metros de colegios primarios y secundarios, del
hospital Alvarez y de iglesias, como si nada. Hay prostitutas dominicanas,
argentinas, paraguayas y travestis, divididos en tres turnos.”
Desde esta
construcción discursiva podríamos pensar que las putas no tienen derecho de
acceso a colegios primarios (donde probablemente se encuentren sus hijos/as) a los
hospitales o a las iglesias. Desde aquí opera la exclusión a la ciudadanía, el
no derecho al acceso a espacios públicos y/o estatales y a la vez el no acceso
a los derechos civiles: derecho individual a profesar religiones, enfermarse e
ir al hospital, a la educación, etc.
En el copete de la nota ya se
advierte una invisibilización que va a ser constante: la del cliente –
prostituyente omitido de la idea de amenaza y del problema en general: “Oferta de sexo en medio de casas y colegios
La actividad aumenta en calles cerca de albergues transitorios, con mujeres y
travestis incluso de día. Muchos vecinos se quejan por inseguridad, peleas y
suciedad en sus veredas. Y piden más controles”. Al hablar de “oferta” el
periodista está invisibilizando la demanda de prostitución además de asociar
acríticamente: prostitución – inseguridad – peleas y suciedad como si todo esto
tuviese como causa la presencia de las putas.
La perspectiva
de amenaza se va afianzando a lo largo de la nota construyendo una idea fuerte
de otredad que es constitutiva a la vez una idea exclusiva e excluyente de
ciudadanía ligada al acceso a la propiedad:
“Hay vecinos a favor y en contra. Vecinos que
saben que compraron barato y se la tienen que bancar. Y hay vecinos enojados
con otros vecinos. Es que cuando un grupo denuncia y logra echar a las
prostitutas y travestis de su cuadra, automáticamente, se trasladan a otra
esquina. Entonces, los que deben recibirlas, maldicen a los que las echaron
antes”.
Siguiendo a L.
Sabsay[1]
podemos decir que la figura universalista de vecino está asociada a una cadena
de correlativos: familia heterosexual nuclear y hogar privatizado figurados
mediante el barrio y el hogar como propiedad privada. Este “vecino” se
convirtió en un significante político capaz de dar expresión espacial a la
figura más abstracta de ciudadano ideal.
La idea de
ciudadanía siempre está asociada a un espacio, real o imaginario que delimita
las fronteras de la misma. Es interesante pensar en este caso cómo se
espacializa el antagonismo y cómo la identidad “vecino” que viene a representar
la ciudadanía se materializa en ese espacio. Es de hecho a través de la espacialización que la categoría “vecino”
cobra sentido: el vecino es aquel que “pertenece” al barrio, a la ciudad, y
estos marcadores territoriales especializan la pertenencia imaginaria a la
comunidad.[2]
Discursivamente se abona la idea de “invasión” de las putas del espacio que no
les es propio por definición y de esa forma se justifica su expulsión. El
antagonismo queda así espacializado y la frontera social se sustancializa. Como
dice Sabsay, las condenas morales operan como una demanda que pretende excluir
al “otro” del espacio imaginado por la comunidad visto como universal y
homogéneo. Este territorio común universal es materializado espacialmente a través de significantes como
“el barrio”, “la calle”, “la ciudad”. “La
figura de vecino figurada como representante de los valores de la comunidad era
ya una metáfora espacial de esta frontera moral a través de la cual la noción
de ciudadanía estaba siendo delimitada” [3]
Dentro de los discursos de los
medios analizados podemos ver ejemplos de la utilización de estas metáforas
espaciales:
Se extiende la zona roja, “La prostitución gana
espacio en la calle”, “Ahora abarca desde el Policlínico a 8 y 58. Inquietud de vecinos y
comerciantes por un fenómeno que se va metiendo en los barrios” Titular del Diario El Día 08/05/2011
“Una mancha roja que cada vez se
extiende más por la Ciudad ”
Titular Diario El Día. 28/11/2001
Siguiendo a Chantal Mouffe creo que
la creación de una frontera social poderosa en términos de eficacia política en
este caso implica la moralización de los términos de definición de las
categorías que se oponen. Así opera en términos de Mouffe la moralización de la
política y el antagonismo constitutivo se traduce en términos de “bueno” y
“malo”.[4]
Las putas asociadas a la suciedad, el peligro, la inseguridad, lo desagradable
en confrontación con los niños, la familia y las buenas costumbres. Por ejemplo
la nota del Diario El Día del 21 de junio de este año en razón del proyecto de
mudanza de la zona roja dice:
“Según un análisis elaborado por la
presidencia del Concejo Deliberante esas calles comprenden cinco barrios del
casco urbano donde los vecinos vienen denunciando diferentes hechos de
inseguridad que, señalan estarían directamente vinculados con la oferta sexual
callejera. En ese marco, se cuentan robos, arrebatos, peleas y agresiones con
armas de fuego y cuchillos. En esas calles algunas de las personas que ejercen
la prostitución y sus “clientes” ensucian las veredas con orines, botellas y
latas de bebidas y otros elementos que hacen a la insalubridad con
preservativos usados o artículos de estipulación sexual que suelen aparecen
tirados junto a los árboles”
Del otro lado
de la frontera moral están los vecinos que así se expresan: “Tenemos familia, hijos y podemos recibir
agresiones volviendo a casa de noche solas”.
Como dicen
Sonia Sanchez y María Galindo en su libro “Ninguna
mujer nace para puta”[5] la
puta es omitida en todos estos discursos. Es omitida en todos los debates
incluso en los debates sobre prostitución “porque
no existimos en el imaginario colectivo como personas” dice Sonia. Esta
idea quiero reforzarla con otra de Judith Butler quien plantea en “Cuerpos que importan” que a través del
establecimiento de fronteras que separan los cuerpos inteligibles de los
abyectos (no pudiendo ser estos últimos legibles como suficientemente humanos y
por tanto tratados como ya muertos socialmente), la delimitación restrictiva de
la ciudadanía no se limita al acceso limitado a ciertos derechos sino que
involucra la misma definición de la categoría de persona.[6]
En este punto
entiendo que la frontera trasciende los límites de la ciudadanía para
instalarse en los de la definición de persona.
Podemos ver un
ejemplo de lo anterior en este párrafo de la nota de Clarín antes mencionada:
“Cuando los vecinos dicen que el barrio
cambió se refieren a que los clientes frenan sus autos y las llaman: les
preguntan “cuánto cobran” a las señoras o chicas menores que salen a hacer las
compras, confundiéndolas con las prostitutas”.
La zona roja se instala así
siguiendo a Sabsay en un terreno entre lo decible y lo indecible, una zona gris
entre lo visible y lo invisible sobre la que se produjo una “guerra de
fronteras”. Distintas metáforas en los medios nos hablan de este lugar entre lo
decible y lo indecible que se constituye a la vez como tranquilidad ya que se
contiene la “oferta sexual” en una zona delimitada y como amenaza ya que en ese
lugar se hace “visible” lo que hipócritamente se mantiene en la clandestinidad:
la industria del sexo. La violencia de la exclusión como dice Sabsay continúa
siendo invisible.
La metáfora de la “mancha” antes
citada da cuenta de esta indecibilidad.
A su vez las zonas rojas operan como espacio de
suspensión de los derechos, de suspensión de la ciudadanía en el sentido
Marshalliano: como categoría que identifica una relación de pertenencia a una comunidad
en donde todos tienen un mismo status como miembros. Marshall afirma que puede
haber desigualdades pero que estas tienen que ser contenidas y/o acomodadas en
un concepto de ciudadanía, que se constituya en una comunidad en donde la
pertenencia a la misma implica un sentido compartido de justicia que, por
supuesto, excluye toda forma de desigualdades aberrantes.
La zona roja implica también la legalización
“de hecho” de la explotación sexual. En las notas periodísticas analizadas no
se pone en cuestión la existencia de las zonas rojas como territorio de
exclusión y de vulneración de los derechos de las mujeres sino que lo que se
pone en juego es su localización. Una de las últimas notas aparecidas en el
Diario El día de la ciudad de La
Plata respecto a la creación de una zona roja en el bosque da
cuenta de esta no problematización de la existencia de las mismas por parte de
los medios de comunicación:
“Su
transformación en ordenanza implicaría, cada noche entre las 22 y las 5, la
delimitación de un “sexódromo” oficial en 52 entre 1 y 120, tramo en que se
encuentra de un lado el Zoológico y del otro varias instalaciones policiales y
deportivas, incluyendo Bomberos, Lucha contra el Narcotráfico, Policía
Científica, Investigaciones Complejas y el club Hípico”. Diario El Día 24/06/2012
Para cerrar quería retomar a Marcela Lagarde
que dice que la ciudadanía implica a las mujeres en tanto categoría genérica: “Aunque los códigos y las leyes modernas
aseguran la “igualdad de los sexos”, todavía esa igualdad de acceso a la
política civil no es una práctica social. En su lugar hay marginación,
discriminación y opresión a las mujeres como género. Mientras la ciudadanía no
sea una cualidad de identidad de todas, no habrá desaparecido esta dimensión de
la opresión genérica, aunque tenga distintos grados y matices para cada mujer
específica”. [7]
Instaurar zonas rojas pone en jaque la ciudadanía genérica. Mientras exista y
se reproduzca la prostitución, las mujeres todas vamos a estar como género
excluidas de la ciudadanía. Mientras existan las zonas rojas, esos espacios
donde las mujeres son explotadas impunemente, esas fronteras que nos separan al
conjunto de las mujeres como género, la ciudadanía seguirá siendo una categoría
formal que no refleja para nosotras acceso a la democracia.
Bibliografía
·
Bustelo Eduardo, Ciudadanía y Política Reflexiones acerca de los modelos de
Política Social,disponible
en www.uccor.edu.ar/proyecto.../4.../Bustelo-CiudadyPolitica.doc
·
Lagarde
Marcela, Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia, Ed. Horas y
Horas, 1996.
·
Mouffe
Chantal, En torno a lo político, Ed. Fondo de Cultura Económica, Buenos
Aires, 2007.
·
Sabsay
Leticia, Fronteras Sexuales. Espacio urbano, cuerpos y ciudadanía, Ed.
Paidós, Buenos Aires, 2011
·
Sanchez
Sonia y Galindo María, Ninguna Mujer nace para puta, Ed. Lavaca, Buenos
Aires, 2007.
[1] Sabsay Leticia, Fronteras Sexuales. Espacio
urbano, cuerpos y ciudadanía, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2011
[2]Idem, pag. 150.
[3] Idem, pag. 153
[4] Mouffe Chantal, En torno a lo político,
Ed. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.
[5] Sánchez Sonia y Galindo María, Ninguna Mujer
nace para puta, Ed. Lavaca, Buenos Aires, 2007.
[6] Citado por Sabsay, Idem.
[7] Lagarde Marcela, Género y feminismo.
Desarrollo humano y democracia, Ed. Horas y Horas, 1996. pag 205.
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